Nada


                Los novios que se comían a besos bajo el abollado farol apenas repararon en él.

               En la noche no brillaba nada, pues la noche era nada, ni la luna de días anteriores, ni tan siquiera las luces tras los cristales de los edificios vecinos. Tan  solo brillaba la camisa blanca de aquel ignorado hombre manchada de sangre, en donde destacaba un intenso rojo carmesí.

               A lo lejos, aquel coche con los faros apagados, que espiaba no se sabe a quien, y que desde sus abiertas ventanillas, claramente se podía escuchar las notas musicales de aquella estúpida canción bien conocida por todos nosotros.

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