Charito Santana




 Photo: Cortesía de Bettie Page
Clothing Stpre. Las Vegas

No quería ser una estrella de la pasarela, ni estudiar artes gráficas, ni tampoco ser una abogada de postín, ni sentarse en el sofá y ponerse hasta el culo de gusanitos. Ella quería ser una chica respondona, agarrar su guitarra y ponerse a cantar auténticas canciones, de esas que permanecen toda la vida, no una de esas “guays” flor de un día. Que los chicos la admirasen, no por lo buena que estaba, sino por ese pedazo de voz, confeccionado para cantar rock and roll.

Con su sempiterno pañuelo rojo al cuello, sus botas altas y esos vaqueros ajustados, su largo pelo negro al viento “Charito Santana” sería la estrella del momento, aquella que nunca se acaba, que brillaría en el momento justo en que empezaría a rasguear las cuerdas de su guitarra colorada, moviendo sus caderas al son de la canción, que en ese instante la inmortalizaría, y todos quedarían prendados de su encanto. La mexicana “Charito Santana” es un volcán en erupción encima del escenario, no hay ojos capaz de seguirla, y sí corazones para admirarla. Envidiada por algunas, deseada por otros, su corazón sólo estaba reservado para el rock and roll, que llenaba su vida. Lo que no quitaba que ella tuviera algún amorcete, Elvisito Campos, que junto a su hermano Pino formaban un trío de rockabilly/tex-mex de cojones, hasta donde las hienas hacían los coros y les defendían de los bronquistas de turno. Aunque si había que dar unos mamporros no hay problema, el burrangas de Pino, exboxeador profesional, le sobraban puños con los que liarse a tortazos, dejando el terreno limpio de polvo y paja.



Entre fríjoles, tacos y mezcal recorrían la frontera tejana, haciendo bailotear a la gente con sus canciones, les pedían Jackson, Folson Prison Blues, La Bamba, All the Time… para después tirar de repertorio propio, dando caña al personal. En sus años fronterizos hubo cantinas malolientes, cuates, alguna canita al aire, noches llenas de triunfos y alcohol, peleas ilegales a puño descubierto con el maldito de Pino, con lo que el elemento se ganaba unos dólares extras, pero el éxito seguía sin llamar a su puerta, la paciencia parecía acabarse, surgiendo tiranteces en muchas ocasiones, pero “Charito Santana” le daba igual cantar en cualquier lado, ya sean los narcos de la zona, fiestas populares en honor a la Virgen de la Malvada Maldición, el Cristo de los Perdones Multitudinarios, algún magnate del lugar en busca de favores sexuales, el tío guapo de turno. Nunca fue grosera, pero ella sabía cerrar la boca a cualquiera que se sobrepasase con las manos o la lengua.

Ahora estaba nuevamente encima del escenario, el pelo lo sigue teniendo largo, totalmente cano, los labios muy pintados de rojo, su sempiterno pañuelo al cuello, con sus botas altas, vistiendo cazadora y falda blanca, ribeteada de plata, acompañada de su guitarra, se enfrenta ante el numeroso público que ha venido desde los más diversos lugares , a escuchar y disfrutar con esta maravillosa diva del rocking rolling, un rayo que no cesa, “abriendo la lata” de la nostalgia, recuerda en sus canciones los años de anonimato en la frontera tejana, de los tugurios malolientes, de la comida recalentada, y a lo lejos en las montañas, las viejas hienas todavía la siguen haciendo coro, para disfrute de todos.



Atrás a su derecha Elvisito Campos ya casi no puede con los güevos, su cara tiene tantos surcos como su viejo contrabajo, y esos dedos torcidos dan una lección mediante un “triple slap bass” increíble, que arranca los aplausos del entregado público, su hermano Pino le sigue, redoblando con las baquetas lo que la edad le deja. Es el más viejo de todos, y el que peor vida a llevado, a su pies una botella de mezcal, del que pega un fuerte “lingotazo” entre canción y canción, necesita darse fuerzas para entonarse con esos palillos, que cuando le da la gana maneja como nadie.

La fama les llegó justo en el momento en que hicieron aquella visita fugaz a Memphis, e hicieron el mágico juramento: “Hola Memphis, ciudad de la música, aquí estoy y nunca me marcharé”, cerrándolo después mediante tres grandes salivazos. Sonaron sus canciones en las radios locales, y de preguntarse ¿quien hostias son estos? a prácticamente esconderse por los rincones, menos mal que sus amigas las hienas siempre estaban dispuestas para espantar a los espantajos que iban siempre detrás de ellos. Fama, dinero, mucho sexo para Pino… hasta organizó un combate de boxeo que fue un auténtico bombazo.


Se fueron las amarguras, las negruras, pero hubo mucho más alcohol y peleas. Elvisito se largó con la pedorra de Clara Perkins, la vecina amante de la jardinería y de los hombres de las demás. Charito Santana se lío con un gaitero y su gaita, y Pino, lo de Pino mejor será no mencionarlo, pues lo de el era ya una depravación total. Llevaban una vida separada, pero muy fuertemente unida a este rock and roll de los demonios, pues no se puede destruir lo indestructible, y si acaso ocurre, ya se encargarán las hienas de remediarlo.


 Dedicado a todas las auténticas Rockabilly Queen´s del Planeta Rocking.

¡Gracias a todas chicas!

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