¡Déjalo ya Chuso!

Cortesía de Nano Barbero
         Ahí nos encontrábamos los dos en un aula inmensa, a varios cientos de  kilómetros de nuestra casa, con una beca para intentar ser “alguien” el día de mañana, dejar de andurrear por las calles, meternos en las trifulcas de turno, rasguear las cuerdas de la guitarra y beber alguna que otra cerveza, bueno, más bien digamos una detrás de otra. Pero el tolainas del “profe” en vez de fijarse en la serie de greñudos, peripuestas y pelotas que estaban distribuidos a lo largo de la clase, fijó su mirada como era de esperar en nosotros dos, ante el carcajeo de todos, pero como el Chuso era más grandullón, naturalmente fue a posar sus ojos de berzotas en el buenón del salmantino, admirador del Perkins como nadie.


           
        La primera impresión es la que cuenta,  eso es lo que debió de pensar el cataplasma del “Gurriato”, pues así era conocido el fenómeno en cuestión. Dirigiéndose con grandes pasos hasta donde estábamos sentados le insertó a dos centímetros de su cara las siguientes palabras, poniéndonos perdidos de asquerosa saliva: “Seguro que Vd. es de esa clase de personas que tiene la inteligencia en las manos, y como tal solo piensa en estrompar a las buenas personas contra la pared. ¿verdad?”, así que el Chuso, pasmón como ninguno, es decir, lagarto de sangre pero bien fría, lo mira de arriba-abajo respondiendo: “No que va, la única y gran diferencia que hay entre Vd. y yo, es que yo  soy el doble de inteligente y la mitad de extremista de lo  que es Vd.” Ya se había liado la parda,  y yo como siempre estaba en el medio, - ^cagonlaputa^ dije en alto, ¡déjalo ya Chuso! Nun lo vayamos a liar más-.
           
            El “Gurriato” estaba muy equivocado, la primera impresión no es la que cuenta, pues “El Manos”, así es como era conocido Chuso, era un rompecojones de narices, un picolisto de esos que lo saben absolutamente todo. Tenía el cerebro igual de grande que sus manos, y por tanto una auténtica máquina de meter datos, por lo que más de una vez el amigo Gurriato tuvo que ir a escolindrarse a otra parte, porque el Chuso, siempre de manera muy fina, se ciscaba en todos sus muertos delante de toda la clase, y lo que era más importante, siempre acababa de rositas.

            Nos gustaba el R´. N´. R´. que cojones, pero también otras cosas como los libracos, tener los apuntes más maricones del mundo, con los que aprobábamos para disguste de la peña de zampabollos que nos rodeaba, y el Beefeter, con el que de vez en cuando agarrábamos unas castañas pistonudas, pero que eran un remedio cojonudo para una vez pinflados estudiar la “lógica aristotélica” de las narices, siendo mano de santo para sacar unas buenas notas, eso sí al ritmo salvaje de los Polecats. Eso si el Beefeter no acaba antes con nuestras sedientas y  pobres vidas.


        
            Por muy inverosímil que parezca el Chuso, o el Manos, o como queráis llamarle es catedrático en una de nuestras universidades,  no importa cual, sigue  siendo igual de grande, aunque mucho más ancho, ya me entendéis, y sigue machacando esa cabezota medio calva entre los grandes clásicos griegos y sus queridos clásicos, en este caso  a su adorado Perkins.

            Estaba colocando toda  la mierda que normalmente tenemos metida en el trastero, y me encontré con mis antiguos apuntes, si, esos maricones, los más maricones del mundo, con los que nos preparábamos para los exámenes, y detrás de ellos esos grandes mazacotes que nos encantaba estudiar, entonces me acordé: ¡déjalo ya Chuso! Nun lo vayamos a liar más-. Supongo que las botellas de Beefeter estarán todas recicladas, los Polecats perdidos por cualquier callejón y los mazeros reales en huelga, aquellos cagamonas supongo que seguirán buscándose la vida, el Gurriato criando malvas, y yo… aquí sigo pues la vida a cada instante nos sigue poniendo en su sitio, pero al igual que el Chuso, se que la primera impresión no es la que cuenta.


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