Big, Fats y los demás.

     
                Se podía escuchar el escándalo desde la calle, pero dentro del garito se estaba organizando una cojonuda. Voces, cristales rotos, menciones a la santidad de las madres, un estruendo de tres pares de demonios. En el “Blue Moon” había gresca y no era culpa nuestra. Cuando la canción de los Stray Cats nos tenía en plena explosión de éxtasis rockabillero, pateando la pista de baile como nunca, frenéticos, y disfrutando del momento, hasta que a un tonto de la lotería se le ocurre la brillante idea de tirarnos un botellín de cerveza.


               No me lo pensé dos veces y me puse a contar, uno, veintisiete y treinta (ya conté pensé para mis adentros), directamente a por ellos, “josputas”, “so mierdas”… Cuando quise darme cuenta ya tenía un puño en la cara. Estaba todo espatarrado en las escaleras del tugurio, buscando las gafas, que no sabía donde hostias estaban.

               Nada más encontrarlas, todas hechas un cisco, sentado en los dichosos escalones, contemplaba como el “Gordi” agarraba con ambas manos a dos tipejos que le sacaban media cabeza cada uno. Los tíos no podían respirar y él dale que dale: “Me caguen en todos los Elvis del mundo”, ¿Quién se atreve a tocar los güevos al rock an roll?, “¡Nadie toca los güevos al rock and roll!”. Ese era mi hermano pequeño, puro rocker de los pies a la cabeza, único, grande e inolvidable, y ahora que no está, siempre le echo mucho de menos, sobre todo cuando ponía al Orbison a toda pastilla en casa, para cabreo de mi padre, y como el bueno de Charlie (nuestro hermano mayor), tenía que dar “algún capotazo” en casa para tapar alguna de nuestras pequeñas trifulcas, el sí que estaba “hasta los güevos del rock and roll”.




               De noche, cuando llegábamos tarde a casa, y nos quedábamos hablando en las escaleras del portal, de nuestras penas, de esos amores, de las botellas de licor bebidas a morro que cogíamos a papá, los cigarrillos a escondidas, de ese montón de cosas, unas que llegaron, y otras… se quedaron en el camino como tú “Gordi”. Cuando partiste hacia el cielo del rock and roll, ya no hubo más peleas, y cagándome en la “puta vida” decidí guardar al Orbison en un cajón, y destrozar la guitarra contra el suelo. Luego por las noches, cuando no podía dormir, sentado en la escalera ponerme a llorar, acordándome cuando me cortastes con unas tijeras las cuerdas de mi primera guitarra, sólo para hacerme de rabiar… o cuando el Charlie te hacía un dibujo muy fiftie para la carpeta y yo me picaba por no tenerlo.




               He vuelto ha escuchar al Orbison y a beber unos tragos a escondidas a tu salud. Mientras el Charlie surca los mares y tú cruzas los cielos la vida sigue. Me hubiera gustado mucho que estuvieras a mi lado en algunos de los conciertos de Cavan y sus secuaces, para agarrar el gran pedo, gritar, empujarnos, y “montar el santísimo cristo”. Se que allí arriba está bien, junto a tu añorado Orbison. Espero que a él no le cortes las cuerdas de la guitarra. Por eso hoy me he acordado de ti, y de todos esos “gordos” que han hecho grande este rocking rolling venenoso que llevamos dentro, como Fats Domino, Sleepy La Beef, Big Sandy… , pero ¿sabes una cosa hermano? desde que te fuíste “ya nadie toca los güevos al rock and roll”.


Juancho
In memoriam

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